El violín de la adúltera

Hasta el día en que recibe el primer anónimo, escrito en un delicado papel azul, Néstor Luciano Morera era dueño de una dicha sin nubes, quizá solo empañada por la rutina y grisura de su empleo en la planta televisora oficial de la llamada Ciudad Trujillo, una aldea en la que poco pasa y las vidas se consumen entre la monotonía y el miedo. Ante la nueva realidad de ser un cornudo, su pequeño mundo se le cae encima con esas líneas cínicas redactadas con una falsa compasión. Su abrumadora certeza de la infidelidad nace al percatarse de que su esposa sale todos los días a recibir clases de violín y nunca le ha escuchado tocar una nota.